El Triángulo Físico representa el proceso de reducción energética, por su densificación, que nuestra alma experimenta para hacer posible la reencarnación de parte de ella en este plano. Esa densificación implica un estrechamiento de su frecuencia para hacer posible que el cuerpo físico sostenga la energía espiritual encarnada en él. El Triángulo Físico representa, pues, no sólo nuestro descenso del Cielo a la Tierra, sino también la esencia energética de ese proceso.

Lo mismo vale para el Triángulo Espiritual, pero en sentido opuesto. Por una parte, representa la sutilización de nuestra masa energética densificada durante nuestro descenso. Ahora debe producirse el proceso contrario: trascender el exceso de densidad mediante la reconexión con nuestras dimensiones espirituales, mucho más elevadas y sutiles. Se trata, pues, de un proceso interior de ascensión que es, en realidad, un proceso de reencuentro o reconexión con el alma.

En el transcurso de nuestra vida, evolucionamos siguiendo tres líneas espirales, correspondientes al Karma, los Talentos y los Objetivos de nuestro Contrato de Alma. No son, sin embargo, espirales de evolución independientes ni desconectadas entres sí, sino que están entrelazadas como si fueran una trenza. Las experiencias kármicas potenciales contenidas en el Contrato de Alma de una persona llevan a la activación de los Talentos ya latentes como los mejores recursos de que dispone para atravesar esas experiencias, no evitarlas, y trascenderlas. A su vez, esos mismos Talentos serán los principales recursos de los que la persona dispondrá para avanzar hacia la manifestación de los Objetivos de su Contrato de Alma.

OBJETIVOS

Los objetivos que nos propusimos alcanzar, materializar, en esta realidad como seres creadores que somos. Los define el plan del alma, no las distorsiones de la mente egoica.

DESTINO DE ALMA

Los procesos representados por los dos triángulos están entrelazados entre sí también, como todo en nuestra existencia. En ese entrelazamiento, se produce la síntesis entre el Cielo y la Tierra dentro de cada uno de nosotros. El símbolo correspondiente lo muestra visualmente: como resultado de la integración de los dos triángulos, se forma un hexágono, en el cual se sitúa nuestro Destino de Alma. Nuestro propósito vital, pues, no está sólo en lo que atañe al Triángulo Físico, la vida de la personalidad, ni está tamposo sólo en lo que atañe al Triángulo Espiritual. Nuestro Destino de Alma está en la integración de ambos, y no en quedarnos atrapados sin salida en lo egoico más denso, ni en buscar la huida de lo egoico a través de una falsa espiritualidad escapista.

Este sistema de sistemas simbólicos fue utilizado durante siglos hasta, por lo menos, finales de la Edad Media. Ahora vuelve a estar disponible como un recurso poderosísimo para ayudar a las personas que lo utilicen a alinear su vida con el verdadero propósito de su alma y, de esta manera, hacer posible que cada una de ellas llegue a ser verdaderamente la persona que vino a ser, viviendo en completa coherencia con su plan de alma.