La bondad
La bondad: ese es el núcleo de la Consciencia Crística. La bondad como expresión de la energía del Amor en todos los aspectos y niveles de nuestra relación con el mundo: la relación de cada humano consigo mismo; su relación con los demás; su relación con la Naturaleza toda, más allá de los humanos; su relación con el alma y el Espíritu, y con todo el mundo espiritual. La bondad en la práctica de todos esos niveles de relación es la práctica de la bondad de muchas formas diferentes.
En la práctica de la bondad, salimos al encuentro del otro y de lo otro desde el Amor y con amor. No puede ser de otra forma, o no estamos practicando la bondad. Pero antes, durante y después de la salida al encuentro y del encuentro mismo con el otro y lo otro, vamos al encuentro con nosotros mismos y con Dios. Vamos al encuentro con nosotros mismos porque no podemos tener para otros una bondad que no tengamos para nosotros o, mejor dicho, que no hayamos tenido ya antes para nosotros mismos. Esto es así porque, si nos damos y damos al otro y lo otro más de lo que somos capaces de darnos a nosotros mismos, entonces no estamos, realmente, practicando la bondad, sino claudicando ante la necesidad, renunciando a nosotros mismos aguijoneados por alguna forma de carencia interior. La bondad que practique conmigo mismo sólo puede ser íntima, conocida sólo por mí, contemplada, en calidad de testigo, sólo por mí y, por lo tanto, sólo puede ser una bondad sincera, o no será bondad sino otra cosa: pena, orgullo, miedo, engreimiento, o cualquier otra forma de relacionarme conmigo mismo en la que haya un desequilibrio, una distorsión interior, que haga que mis actos hacia mí mismo y la energía que los sostienen y que ellos transmiten, estén en frecuencias diferentes, no estén en sintonóa: no crearán una resonancia armónica entre ellos, sino ruido. Por ello, la práctica de la bondad hacia uno mismo es, podríamos decir, también una forma de preparación, de purificación de la intención, para cuando llegue el momento de practicar la bondad hacia el otro y lo otro, bondad que sólo puede ser verdadera si es honesta, sincera. Si, por la razón que fuera, no lo es, el otro y lo otro lo sabrán, y uno mismo, en realidad, también, aunque pretenda o, incluso, logres, ignorarlo.
Cuando el Cristo en Jesús nos dijo:
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:36-40)
nos mostraba no sólo qué hacer, sino también cómo hacerlo y en qué orden. El amor al Señor, a Dios, a lo que esa Energía Primigenia Creadora es, es previo a todo lo demás, porque nos permite comenzar a entender la magnitud y la profundidad de la energía del Amor, que será, después, la que transitará por nosotros en la práctica de la bondad. Ese amor lo es cuando está impregnando la emoción, el pensamiento y la consciencia espiritual de la persona: no es una idea, ni un principio, ni una herramienta, ni una estrategia: es un estado interior que irradia hacia dentro de unos mismo y hacia toda la propia multidimensionalidad. Es entonces, cuando ha llegado a ser un estado interior integral, cuando podemos verterlo hacia nosotros primero, y hacia el otro y lo otro, después.
La bondad se convierte en una forma de contemplar todos los aspectos de la vida y el mundo y, como tal, como nos muestra la física cuántica, esa energía que contempla, que observa, amorosamente, incide en lo contemplado, lo observado, y lo transforma. Esa fuerza transformadora es la uqe permite trascender la dualidad, lo cual es una de las características clave de la Consciencia Crística. A trascender la dualidad llegamos observándola sin unirnos a ella, sin mezclarnos con ella, sin tomar partido y, al mismo teimpo, sin juzgarla. Pero no sólo sin juzgar a ninguno de los contendientes, sino también, y esto es esencial, sin juzgar la dualidad misma, la polarización, incluso cuando ésta es extrema. Podemos, y debemos, adoptar una postura firme, tan firme como sea necesario, buscando siempre la ecuanimidad, ante la polarización, pero no juzgarla pues, en el momento en el que emitimos un juicio, ya no estamos observándola, sino combatiéndola. Si lo que deseamos es desactivar la polarización, lo tendremos que hacer buscando caminos para reintegrar las polaridades, y eso sólo lo podemos hacer a través de la bondad, que es la que nos permitirá ver, en cada una de ellas, su luz propia y la sombra de la otra.