Un doble propósito
El velo que nos separa del recuerdo de nuestra dimensión espiritual desaparece en el momento de la muerte física. Con frecuencia, un poco antes. Es lógico que sea así, pues volvemos al mundo espiritual del que procedemos. Desaparece también porque el alma sí retiene íntegramente el recuerdo de todo lo experimentdo en cada una de sus reencarnaciones. No tendría sentido que no fuera así, dado que el propósito de todas ellas es avanzar en la evolución del Alma, aún incompleta, hacia la plenitud del Espíritu, que comparte la perfección y totalidad de la Fuente.
Rudolf Steiner explica que, en cada reencarnación, el alma tiene un doble propósito, dos planos o niveles de misión en esta dimensión. Uno tiene que ver con el componente estrictamente individual de la persona, el cual incluye todo lo que tenga que ver con el linaje familiar en el que escoge encarnar. Esto da pleno sentido a la elección de una familia concreta y no otra. El otro propósito tiene que ver con el componente colectivo de la vida de la persona más allá de la que será su familia de origen elegida y su correspondiente línea ancestral. Esto da pleno sentido también a la elección de una sociedad específica y un momento concreto en la evolución de ese colectivo social, es decir, de lo que denominamos su historia:
“En la vida humana coexisten dos corrientes: una de ellas lleva al hombre de encarnación en encarnación; es la que afecta a sus asuntos particulares que él, ante todo, ha de atender para cumplir con el más severo de todos los deberes, esto es, con el suyo propio (...) La segunda corriente es la que se relaciona con la contribución que el hombre hace a su comunidad nacional, a los asuntos de su pueblo; es inspiración del Ángel que lleva hacia el hombre individual las órdenes del Arcángel.”
Vivimos un período de aceleración de la expansión de consciencia en todo lo referente a la vida individual; no estamos viviendo todavía el mismo grado de expansión de consciencia en lo que se refiere a nuestra dimensión colectiva, social. Este doble plano del propósito álmico ayuda a comprender los acontecimientos colectivos, su significado profundo, y también las aparentes discrepancias o incoherencias, los posibles contrastes entre el despliegue de la vida individual y el de la vida social, colectiva, “histórica”, de una persona. Desde el punto de vista del Contrato de Alma de una persona y de la evolución del alma encarnada en ella, no hay contraster irresolubles, contradicciones inexplicables ni discrepancias desvalorizadoras, y esta es una de las grandes virtudes de este recurso: la perspectiva que nos ofrece elimina cualquier justificación para el juicio, substituido, en todo momento, por una constante oportunidad para la comprensión. No podría ser de otro modo, sabiende que detrás de los acontecimientos vitales, individuales y colectivos, hay un trasfondo espiritual del cual dichos acontecimientos son materialización. Por eso, la raíz, el núcleo, de la comprensión de la vida encarnada está en el conocimiento de la vida espiritual.
Esa comprensión alcanza a absolutamente todos los aspectos de la vida de una persona y un colectivo. En este sentido, es importante incorporar la comprensión del concepto de familia de almas y el de pacto de almas. El pacto de almas es la razón por la que “aparecen” en la vida de una persona otras que acabarán siendo clave para ella, de una forma un otra. A veces, esos primeros encuentros se producen en circunstancias que la mente interpreta como sorprendentes, incluso inexplicables, o producto de no se sabe bien qué configuración planetaria o actividad mágica que pinta de cierto color indeterminado la inexplicabilidad de tales acontecimientos. Frente a eso, la forma de entender la vida que desarrollamos gracias al Contrato de ALma arroja luz, claridad, coherencia y consistencia a lo que la mente no consigue explicarse a sí misma de forma convincente.