Constitución y consciencia

(7 de diciembre de 2019)

Cuando estaba estudiando la EGB, tenía fama en el colegio de ser muy callado y raro. Lo primero era objetivamente cierto. Lo segundo, una valoración subjetiva bastante generalizada, aunque entiendo de dónde venía. Comparto un ejemplo de "rareza" que no llegué a compartir con mis compañeros entonces, pero que muestra por dónde andaba yo. En 4º de EGB teníamos que escribir una redacción cada semana, y leerla en público, de pie, todos en fila a lo largo de la pared. Para una de esas redacciones, escogí el tema de las condiciones de vida en África, especialmente la muerte masiva de niños por hambre. Cuando terminé de leerla, sentí un impulso tremendo de decir esto: "señora Paquita (la maestra) quisiera dedicar esta redacción a todos los líderes del mundo para que se den cuenta de lo que está pasando en África y se pongan de acuerdo para buscar soluciones de verdad." Lo tengo grabado en la memoria como si fuera un discurso que me hubiera preparado durante horas. Refrené el impulso y no lo dije, me lo quedé para mí, porque el solo hecho de pensar en decir eso me daba una vergüenza insoportable, y ahí está, grabado en mi memoria emocional como un podcast. Muchos años después, cuando empecé a estudiar mi carta natal y vi a Urano sentadito en la casa 12, en Leo, a dos grados de mi Ascendente ya en Virgo, me acordé con humor y amor del impulso aquel.

En el instituto, las cosas no cambiaron mucho. Era un poco menos callado, sólo un poco, pero seguía teniendo la fama de raro. Mis torbellinos interiores propios de la adolescencia se comunicaban de forma muy fluida con los torbellinos de la sociedad en la que mi alma eligió encarnar esta vez, incluso cronológicamente: acabé la EGB el año en que murió Franco, estudié BUP y COU durante los años del gobierno de Adolfo Suárez, y empecé la carrera el mismo mes que el PSOE ganó las elecciones por primera vez. Nada es casualidad. Viví el proceso de la llamada Transición de una forma especialmente intensa. No tenía ideas políticas formadas, pero las clases de Historia en el instituto se convertían con mucha frecuencia en un parlamente improvisado donde había anarquistas, eurocomunistas, socialdemócratas, liberales, democristianos, centristas, neonazis, franquistas, indefinidos y los que mirábamos (ahí estaba yo). Yo quería saber y entender, y me dedicaba a escuchar, observar, leer y sentir, porque en el sentir es donde siempre he elaborado y sigo elaborando toda la información que absorbo. Así que, en algunos descansos, en la cafetería del instituto, mientras devoraba casi con devoción el bocadillo de tortilla a la francesa del día, y mientras algunos de mis compañeros seguían los debates y otros compartían entre sí los vaivenes interiores de su amor platónico por la profesora de literatura (yo quería creer que era sólo yo su enamorado, pero no, éramos varios), yo me dedicaba a leer textos como la Ley de Reforma Política, los Pactos de la Moncloa, la Constitución, la Ley del Divorcio, y cosas por el estilo. Viví todo aquello, sobre todo, con una profunda emoción. Esa parte de mí que, desde pequeño, estaba conectada con lo colectivo sintonizaba con todo aquello para, sobre todo, saber, aprender, comprender, y siempre, siempre, a través del sentir. Mi Urano natal estaba entrenándose y recogiendo toda la información que podía.
En casa seguía indagando y explorando, así que les leía a mis padres, en la cocina, los libros de Fernández Ordóñez y Juan Luis Cebrián, fragmentos de algunas de las leyes que se iban desplegando y, claro, la Constitución, artículo por artículo. No se la pude leer toda porque un día me dijeron que ya estaba bien.
No es nada extraño que uno de los temas en los que ando enfrascado ahora, de una forma plenamente consciente, sea el de la sanación del trauma colectivo. Y, en parte, se debe a que la emoción de entonces, que era resultado del sistemático escaneado que yo hacía de todo lo que se me ponía delante, adquiere un significado muy profundo para mí ahora que el desarrollo transpersonal y la expansión de consciencia son lo que me absorbe todo el tiempo posible.
Imagino que, al hilo de la conmemoración, ayer, del referéndum de la Constitución, habrán surgido todo tipo de opiniones sobre ese texto: desde su casi sacralización a la que se ha estado dedicando durante años la derecha (desde Vox hasta el PSOE), hasta la quema de copias del texto, pasando por las críticas a la Transición, y a la Constitución, como una tomadura de pelo, como una maniobra detalladamente pensada para que pareciera que cambiaba todo sin que nada cambiara. En gran medida, lo colectivo funciona de una forma muy similar, cuando no idéntica, a lo individual. Cuando, en nuestro centro, les decimos a personas que entran en un proceso terapéutico con nosotros que cada decisión que tomaron en el pasado era la que podían tomar, que siempre lo hicieron lo mejor que pudieron, les decimos también que, en parte, la valoración tan diferente que hacen ahora de lo pasado se debe a todo lo que han ido viviendo entre aquel momento y este. Pues lo mismo. El mayor problema de la Constitucíón del 78 no es el texto en sí, incluso con todas las clarísimas limitaciones anacrónicas que tiene, sino otras dos cuestiones: primero, el uso que se ha estado haciendo de la Constitución como arma arrojadiza represora, lo cual es radicalmente opuesto al punto consciencial del que surgió; y segundo, el hecho de que nadie haya sido nunca capaz de atreverse a promover una revisión seria, profunda, colectiva, y, sobre todo, consensuada, para actualizarla, lo cual es, también, radicalmente opuesto al proceso mismo del cual surgió el texto constitucional. Veo clarísimamente muchas de las limitaciones que esta constitución tiene, y cómo necesita una radical y profunda actualización. Y, al mismo tiempo, no olvido la enorme oportunidad que todo aquel proceso supuso para dar un salto consciencial individual y colectivo también enorme. Ahora, es clarísimo para mí que, en el proceso que vivió esta sociedad entre 1976 y 1981, se llevó a cabo lo que me gusta describir como plantar una semilla en el inconsciente colectivo de esta sociedad para su avance consciencial, con la esperanza de que aflorara y se fuera materializando a través de nuestro consciente individual y colectivo. Creo que, en buena medida, ese afloramiento y esa materialización no se han producido todavía sino que, más bien, se ha hecho todo lo posible por neutralizar al máximo posible ese proceso de avance consciencial.

Dentro de un par de meses volveré a esto, cuando tenga listo un proyecto que estoy a punto de empezar, un ensayo elaborado desde mi "raro interior", que tiene muchísimo sentido para mí y creo que resonará con muchísima de la gente que lo llegue a leer.
Ya os contaré.

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