Una vida anclada en la dimensión espiritual
Una gran parte de la población mundial vive muy desconectada de la dimensión espiritual de la existencia. Vivimos permanente acosados por lo que Rudolf Steiner describe como las influencias de Lucifer (superstición, fantasía escapista, ilusión engañosa, caos, adicción a la reactividad emocional polarizada) y Ahriman (hipermaterialismo, hipermentaliamo, transhumanismo galopante). Aunque son diferentes y opuestas, se complementan y colaboran con un objetivo común: impedir la expansión de la Consciencia Crística, la energía del Amor y la Unidad en el Todo, la esencia del Ser Humano que tiene en sí, potencialmente, la capacidad de espiritualizar completamente la densidad de la dimensión en la que habita la Tierra. Aunque de una forma distinta, claro, esa es la historia que el Génesis empieza a explicarnos.
El despertar de la Consciencia Crística dentro de cada ser humano es LA tarea esencial de la vida encarnada. Es un proceso largo, lento y complejo que, a la inmensa mayoría de humanos, nos está costando no esta vida, sino muchísimas vidas, y nos quedan todavía bastantes más por delante.
El punto de llegada es lo que Jesús Cristo denomina el Reino de los Cielos y Jim Marion, siguiendo a Ken Wilber, el nivel No Dual de Consciencia. En el breve libro Conversación con Motovilov, podemos leer la forma en que San Serafín de Sarov describía el estado de gracia original de Adán y Eva antes de su caída de consciencia, un estado de pleno desarrollo de su consciencia y de su "sabiduría, fuerza y poder", como el estado hacia el que, lentamente, volvemos.
La gran crisis del despertar me dio un aviso el año 2004 y estalló en mi vida el año 2007. Desde entonces, he vivido varias oleadas de progresivas nuevas caídas y renacimientos. En esos años, he tenido dos encuentros con la Divinidad. El primero, en 2018, me puso frente a la esencia de la tarea de lo que me quede de vida; la segunda, el pasado mes de abril, fue un encuentro directo con Cristo, y me situó en una posición desde la que ya no tiene sentido que intente seguir viendo la vida y el mundo como los veía hasta ese momento, a través del concepto intuido de la Consciencia Crística, pero no todavía desde la vivencia interior del Cristo en mí, que fue lo que se despertó en ese momento.
La reconexión con el alma, con la dimensión espiritual de nuestra existencia, que es el impulso que me movía desde hacía ya unos años, lo es más aún ahora que se ha mostrado más claro, más nítido en mí. Rudolf Steiner estuvo explicando durante años las implicaciones de lo que él denomina El Misterio del Gólgota, el cual mostró, literalmente, a la humanidad el vínculo que el Cristo ritualizó con ella como guía y punto de llegada de nuestra evolución de consciencia.
Desde diferentes ámbitos de la vida espiritual y científica humana, se empieza a vislumbrar como nuestra esencia y destino lo que otros humanos habían vislumbrado ya antes de la encarnación del Cristo, e inmediatamente después, en los primeros siglos del cristianismo. En parte, aún se conserva en lo que se ha mantenido vivo y mínimamente alterado a través de la tradición Ortodoxa, fuertemente anclada, sin interrupción, pero con distorsiones, en la tarea inicial de los propios apóstoles de Jesús y en las vidas y escritos de los Padres y las Madres de la Iglesia. Esa iglesia de la que Él habló y la que empezó a construir es la que me llama, ciertamente muy diferente de las iglesias cristianas más extendidas, que son también las más alejadas, con mucho, de lo que vino a traer.